lunes, 21 de mayo de 2012

LAS ORQUESTAS DE TANGO EN LA DÉCADA DE ORO


“Originario de la orilla de Buenos Aires, con perfecta localización geográfica, empírico, vigente y anónimo, transmitido oralmente y funcional, tiene todas las condiciones requeridas por las mayores exigencias del hecho folclórico… Su nacimiento porteño se sitúa en los “barrios bravos” de Buenos Aires del 900…”

Víctor Jaimes Freyre, Mi buen amigo el Folclore (1963)


por CLAUDIO MADAIRES
claudio.madaires@gmail.com



Con el éxito creciente del tango argentino desde la primera década del siglo XX, fueron surgiendo orquestas cada vez de mayor envergadura, hasta alcanzar el clímax en los años 40. Los registros fonográficos antiguos son abundantes. Antes de 1910, la “Banda Municipal de la Ciudad De Buenos Aires” registraba tangos clásicos como “Gran Hotel Victoria” y “El irresistible”; y también otros típicos de la vena humorística porteña de aquellos tiempos, como “Mordele la cola al chancho” y “Que hubo de haber habido”. Un fenómeno de origen folclórico como el del tango era asunto institucional argentino hace ya 100 años. Desde los organitos callejeros, desde las guitarras gauchescas, desde las bandas, rondallas y grandes orquestas, desde los gramófonos y fonógrafos, el tango penetraba continuamente en el sentir de los argentinos, de la infancia a la muerte; en las milongas al aire libre de las clases humildes y en los grandes salones de la oligarquía. Imposible saber qué sería de los porteños sin el tango. Opino que hasta Buenos aires arquitectónica sería muy otra. Gracias al tango, Buenos Aires adquirió una estética propia, indisoluble de su música popular por excelencia.



Las orquestas de tango, ya en la década de 1920, eran cosa seria. La permanente “moda tango” permitió que numerosas agrupaciones orquestales lograran vivir de lo suyo hasta la década de 1950, cuando las músicas comerciales foráneas invadieron territorio cultural argentino y lo conquistaron a hierro y fuego. A los violines típicos de los comienzos, que hacían tango con flautas, clarinetes y guitarras, fueron agregados bandoneones, contrabajos, cellos y pianos hasta casi conformar agrupaciones completas al estilo de las orquestas de música clásica. Roberto Firpo (1884-1969), el famoso coautor de “La Cumparsita”, grabó cerca de 3000 veces; Osvaldo Fresedo (1897-1984), con su elegante y cosmopolita orquesta, desde la década de 1920 contribuyó con más de 1200 registros; Francisco Canaro (1888-1964) superó a todos, legando no se sabe todavía si 4000 o 7000 grabaciones orquestadas. De estas pocas cifras podemos inferir la magnitud del fenómeno del tango en Buenos Aires; fenómeno plasmado en decenas de miles de registros.



Orquesta y tango, hasta hoy día, son objetos culturales íntimamente asociados; como es natural, porque la densidad sonora de una gran orquesta se impone a la humilde guitarra de los comienzos. No muchos oyentes asocian el tango primero a la bordona española, instrumento típico del folclore popular de toda América, dándole la prioridad a la orquesta. Incluso hay quienes sostienen que la orquesta hizo por el tango tanto como la voz de Carlos Gardel. Todos coincidimos, eso sí, en justipreciar la magnitud acústica que el tango adquirió a manos de los directores, arregladores y músicos de las grandes orquestas —Julio De Caro, Aníbal Troilo, Florindo Sassone, Armando Pontier, Pedro Laurenz, Leopoldo Federico, Ángel D’Agostino y Osvaldo Pugliese, para dar algunos ejemplos—. A nadie se le oculta, tampoco, que las orquestas evolucionaron de una necesidad básica imposible de paliar con guitarras: la de bailar en grandes recintos o al aire libre cuando son cientos los bailarines. Y fue, la del 40, la década de Oro del tango argentino, la década de las Grandes Orquestas, justamente cuando fue perentorio suministrar música en mayor volumen y máxima calidad a grandes masas humanas ávidas de bailar.


© Claudio Madaires (CAGB). Artículo publicado en octubre del 2006 en el prestigioso periódico ecuatoriano LA HORA, con la firma CLAUDIO GILARDONI.

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