miércoles, 23 de noviembre de 2011

TANGO Y FÚTBOL


“Originario de la orilla de Buenos Aires, con perfecta localización geográfica, empírico, vigente y anónimo, transmitido oralmente y funcional, tiene todas las condiciones requeridas por las mayores exigencias del hecho folclórico… Su nacimiento porteño se sitúa en los “barrios bravos” de Buenos Aires del 900…”

Víctor Jaimes Freyre, Mi buen amigo el Folclore (1963)





TANGO Y FÚTBOL

por CLAUDIO MADAIRES
claudio.madaires@gmail.com


Hay deportes y danzas que van más allá del estricto interés lúdico. Suponiendo lícito el uso de la «teoría de juegos» en cualquier ocasión —en los hechos, no hay área del quehacer humano que no haya sido lanzada como pelota a la cancha de las probabilidades matemáticas—, relacionaré fútbol y tango.

El ajedrez occidental es un juego incordiante, caricatura del original indio chaturanga en el que dos contrincantes (rusos, por lo general) fingen descolorar la materia gris, aunque, en realidad, lo que hacen es usar el reloj de arena hispanoárabe hasta recordar estrategias memorizadas desde la infancia: vence quien recordó antes, no quien razonó antes. En el fútbol y en el tango, en cambio, hay mayor despliegue de libertad y de inteligencia muscular e intelectual. Ambos juegos tienden al infinito creativo.



Como en el ajedrez indio, el azar es parte estructural tanto del tango como del fútbol. El chaturanga exige el uso de dados, simulando las condiciones reales del juego de la guerra. No solo hay que razonar en el chaturanga, sino hacerlo en medio de continuas situaciones inesperadas. De nada sirve memorizar aperturas e ingeniosas trampas durante el juego medio, como sucede en la versión macdonalizada del ajedrez. Por el mismo devenir cambiante de las circunstancias, es imposible ejecutar dos partidos de fútbol o dos tangos de manera idéntica (al menos, es poco recomendable). Cada baile de fútbol es único e irrepetible; cada partido de tango (si es jugado al estilo argentino) es único e irrepetible.

La Asociación de Fútbol Argentino fue fundada en 1891. Sabemos que el tango se bailaba en las casas de familia de aquellos tiempos. Ya era folclore, y, al igual que el fútbol, representaba un aspecto decisivo del sentir popular de los argentinos. Tango y fútbol, universos lúdicos de entrelazada existencia paralela.

Hay numerosas grabaciones de tangos que prueban la íntima relación carnal entre la danza y el gran deporte popular de los argentinos. Los dedicados a Boca Juniors, por ejemplo, comenzaron a grabarse en la década de 1910 —que sea desde la infancia hincha del Gran Equipo es mera casualidad, por supuesto—: «Boca Juniors Club» (1916), «Tarasca solo» (1928), «Azul y oro» (1946), «Once y Uno» (1952) y «Boca Juniors» (1954), entre otros muchos.



Me harían falta un par de páginas de periódico para enumerar y comentar uno por uno los tangos relacionados con el fútbol. Muchos de ellos llevan nombre «en clave», por así decirlo. «Tarasca solo», por dar un ejemplo. Quienes estaban inmersos en la cultura futbolera de la década de 1920 sabían que estaba dedicado al gran «forward» del inmortal equipo de la Ribera.

En otro orden de cosas, pocos saben que hay figuras de tango cuyos nombres y metáforas provienen del fútbol. «La gambeteada», una de ellas. Del mismo modo que se gambetea una número 5, se gambetea a la pareja de baile.

Los seres humanos, de la cuna a la tumba, somos criaturas lúdicas. Esto dio a entender el holandés Johan Huizinga en «Homo ludens». Inventamos naipes, pelotas, canchas y danzas para hacer nuestras vidas algo más confortables. Sin el chaturanga, sin «El choclo» y sin «Boca Juniors», nuestras efímeras existencias serían tan insoportables como un envejecedor partido de ajedrez sin dados ni contrincante. (*)



______

Este artículo fue publicado en diciembre del 2007 en el prestigioso periódico ecuatoriano “La Hora” con la firma CLAUDIO GILARDONI. Versión revisada en octubre del 2009.

sábado, 12 de noviembre de 2011

PIAZZOLLA Y BERLUSCONI BAILAN «TANGO A CIEGAS» (2)


“Originario de la orilla de Buenos Aires, con perfecta localización geográfica, empírico, vigente y anónimo, transmitido oralmente y funcional, tiene todas las condiciones requeridas por las mayores exigencias del hecho folclórico… Su nacimiento porteño se sitúa en los “barrios bravos” de Buenos Aires del 900…”

Víctor Jaimes Freyre, Mi buen amigo el Folclore (1963)



“TANGO A CIEGAS”, CAPÍTULO 17

por Claudio Madaires – claudio.madaires@gmail.com



Caballeros milongueros,
la milonga está formada.


El chino Pantaleón
, milonga con música y letra de Francisco Canaro


Tras completar la tanda de Miguel Caló, los cuatro volvimos a la mesa. Ricardo hizo traer otra silla y pidió más champán. Rita, sorprendida de hallar la primera botella de brut seca como lengua de loro, puso el grito en el cielo:
—¡Bueno me habías salido, pollito! ¡Ni el último orejón del tarro nos dejaste!
—Bueno, bueno, mujer. Nada de histeria, por favor. Hoy es una noche especial. Tampoco esperaba la visita de Pedro. ¡Vamos, vieja! El primer champán es —era— para festejar con los chicos; el segundo, en homenaje a Pedrito Bozorola.
Rita apretó los labios y miró feo a su esposo. Dijera lo que dijera, la pobre iba a quedar en orsai. Nuestro anfritrión, tras servirnos a todos de la segunda botella, propuso un brindis por las damas de la mesa. Alzamos las copas, menos Rita.
—¡Bueno, Rita! ¡No nos amargués el champán! —pidió su esposo—. ¡Vamos, che!
—¡Está bien! —aceptó Rita, levantando su copa—. Por Pedro y por los chicos. Pero recordá, Ricardito mío, que juraste que el viernes y el sábado vas a estar a dieta de agua mineral. ¿Te acordás? ¿Todavía recordás tu juramento?
Ricardo le palmeó el hombro:
—¡Jurado, vieja!…
—Si no cumplís —amenazó Rita, casi lagrimeando—, ¡que me muera!
—¿Qué te mueras?
—¡Sí! ¡Que me muera! ¡Y en la milonga! ¡Acá mismo! ¡Acá, justo donde estamos sentados! ¡En nuestra mesita de toda la vida!
Su esposo, boquiabierto, optó por callar.
—¡Pero qué dramática, Rita! —exclamó Bozorola, encendiendo un apestoso cigarrillo negro—. Parecés actriz de radioteatro, che. Exagerás un poquito, me parece. Me hacés sentir mal. ¿Querés que me tome el Conte Rosso?…
Elsa lanzó una risita mulera y preguntó:
—¿Conte Rosso?
Pedro se afiató la garganta con un largo trago de champán antes de responder:
—Un buque italiano de lujo. Gardel viajó varias veces en él. Tomarse el Conte Rosso es igual que decir tomarse el olivo. «Conde Rojo» porque ese era el apodo de Amadeo, miembro de la dinastía de Saboya. Estoy hablando de la Edad Media, de los tiempos del jopo. Al Amadeo lo afiambraron a los veintipico, a la edad de Carlitos… Bueno… No se sabe bien de qué murió el infeliz. Lo que sí es seguro: al chico le gustaba usar ropas de color rojo.
Elsa, siguiendo su lambona costumbre, exclamó con vocesita camandulera como promesa de político:
—¡Cómo sabe don Pedro! ¡Un erudito del tango!
Bozorola se arregló el nudo de su corbata tobiana con gran dignidad, se pasó una mano por los cuatro cabellos que hoy día todavía le quedaban y respondió:
—Erudito a la violeta, en todo caso… Y no me llamés «don Pedro», Elsa. Pedro es suficiente. No me hagás sentir tan bejarano. No estaré para las cuadreras domingueras; pero para maturrango todavía me faltan un par de temporadas.
Ricardo, viendo que se venía la maroma con una esposa cada vez más agalluda, quiso cortar por lo sano:
—¡Está bien, negrita! ¡Deja de amargarte, por favor! Son las once y media. A las doce en punto empieza la veda de cuarenta y ocho horas. ¡Lo juro ante testigos!
—¡Juralo por mí! —exigió Rita.
—¡Bueno! ¡Está bien! ¡Lo juro por vos! —Ricardo hizo un signo de juramento—. ¡Lo juro por tu vida!…
—¡Juralo sobre la medallita!
Tras una pausa incrédula, Ricardo desabotonó el primer botón de su camisa, sacó una medallita dorada que llevaba colgada al cuello y juró sobre ella con beso incluido.
—Ahora tenés que cumplir, Ricardito de mi corazón. Estás obligado, papá. Juraste sobre nuestra medallita.
—Va a ser un fin de semana largo —dijo Ricardo, mirándonos a los hombres de la mesa con expresión patibularia. Después abrazó a su esposa y le dio sonoros besos en la frente y ambas mejillas. Una de esas parejas para toda la vida, típicas de las milongas porteñas.
Pasado el mal trago, Rita cambió de cara. Yo mismo me apedé un poco con el champancito en ayunas, y, dado que Elsa estaba ahora sentada junto a mí, aproveché para franelear disimuladamente con la pierna. Elsa aceptó el jueguito. De vez en cuando metía la mano por debajo de la mesa y me acariciaba el muslo.
En ese preciso momento tomé la firme decisión de encamarme con ella esa misma noche. Como se ve, yo era un gallito para nada retambufa.
Una tanda del D’Arienzo de la década del 30. Casi todas las parejas salieron a bailar Florida. Verdadera gente de tango, aguerridos milongueros desde la adolescencia. Un placer verlos recorrer los bordes de la pista en disciplinada fila india.
A Florida siguió La catrera. Elsa, por curiosa e ingenua en cuestiones de tango argentino, preguntó:
—Me encanta esta música; pero también me gustaría oír tango algo más contemporáneo: Piazzolla…
Ricardo interrumpió de sopapo:
—…Nunca alcanza el tiempo para el señor Piazzolla.
—¿Dije algo malo? —preguntó Elsa a Ricardo, intuyendo que había metido la pata, aunque sin saber cómo y por qué.
—Estás iniciándote en el tango, pebeta —respondió Ricardo con vehemencia—. Nadie nació sabiendo. Pero, para serte franco y por darte un buen consejo de viejo amigo, te sugiero que al señor Piazzolla no lo nombres en milongas serias y con pedigrí como ésta. Trae mala suerte.
Pedro aportó lo suyo:
—Una vez, hace muchos años, estaba en cierta milonga… Iban tangueros de la vieja guardia, con sus esposas. La milonguita iba bien; tenía su clientela y cierto prestigio… Una noche, al organizador, muchacho bastante joven, se le ocurrió la idea de pasar una tanda del señor Piazzolla… ¡Bueno!… ¡Pa qué contarte, piba!… En cuanto sonaron los primeros compases, los viejos milongueros pidieron la cuenta y se fueron yendo, unos tras otros, sin dejar propina… ¡La milonga quedó medio vacía en cinco minutos!… Estábamos Rita, Ricardo y yo. Nos fuimos también. ¿Te acordás, pollito?…



El aludido asintió.
—¿Tan grave?… —musitó Elsa, sintiendo que la iban dejando chata como cinco de queso.
—…Tan grave —interrumpí yo, dándole un suave codazo para que dejara el tema ahora que estaba a tiempo.
—Esa milonguita no volvió a ser lo que era —explicó Pedro—. En pocos meses se fue a pique como piragua torpedeada… Para muchos de nosotros, el señor Piazzolla es un pepino difícil de digerir.
—Pero es un músico reconocido en Argentina y todo el mundo —argumentó Elsa, haciendo caso omiso de mi codazo bien intencionado—. En el Exterior, saben que existimos por él. —Tarde se dio cuenta de la estupidez que había dicho—. Quiero decir que nos conocen también por Gardel y por…
Le di otro codazo, atajando otra posible boludez:
—…A los argentinos, Elsa, nos conocen por Gardel, por el bife de chorizo, por Maradona, por el dulce de leche…
Ricardo interrumpió:
—…La propaganda, la propaganda, la bendita propaganda. Con suficientes toneladas de propaganda podés vender lo que sea, Elsa… Lo que sea, piba, en tanto y en cuanto el envoltorio sea atractivo. Si te repiten ochenta veces por hora en radio y televisión que lo tuyo o lo del señor Piazzolla es lo mejor, seguro que lo vendés, aunque sea un montón de porquería.
Volví a codear a Elsa.
—Piazzolla fue un egoísta total —sentenció Pedro tras reventar el cigarrillo, a medias fumado, en el cenicero. Se veía que el tipo pitaba como un murciélago—. Solamente pensó en él, en su negocio, en su bolichito. Mientras los demás, los de lengue y requintado, seguían en la línea recta del tango folclórico, ése buen señor se dio cuenta de que íbamos a rendirle más si nos mezclaba a nosotros, los rantes malevos de Buenos Aires, con sus pandilleros vecinos del Bronx. Porque Piazzolla vivió en el Bronx desde pibe; corríganme si miento… —Buscó aprobación tácita en Ricardo antes de volverse hacia Elsa y continuar despotricando—: De ese mestizaje no podía salir cosa buena, por supuesto. Los amasijos que hizo Piazzolla con el tango, el jazz, el blues y el rock fueron imperdonables para muchos. Algunos dicen que lo que quiso hacer fue esterilizar el tango… Fue un músico bien preparado, eso sí… Nadie va a negar que, como músico popular, estaba mejor preparado que la gran mayoría…
—…Bien preparado en el Bronx —interrumpió Ricardo.
—La verdad —dijo Elsa— es que nunca imaginé que se trataba de un artista tan criticado, tan discutido, tan odiado. Porque, en realidad, a decir verdad, hasta donde yo sabía…
Le di a Elsa el cuarto codazo de la noche. Ricardo aprovechó para seguir dando palo a piacere:
—Cuando ya se había subido a caballo del tango, el señorito empezó a llamar «tango» y «música de Buenos Aires» a ese ejercicio físico que tocaba él… ¡Por favor! Una vez le preguntaron sobre el compás, sobre el ritmo; y él les retrucó, bien pancho, que el quisiera ritmo se fuera a bailar salsa…
Pedro tosió como tosen los fumadores empedernidos antes de aportar lo suyo:
—Se abusó del tango. En la década del 40, cuando dirigía la orquestita de Francisco Fiorentino —¡Nada más y nada menos que Francisco Fiorentino!—, figuraba en el puesto noventa del ranquin. No figuraba en ningún lado. Había quinientas orquestas mejores en Buenos Aires. Fiorentino le sirvió de poco; y eso que grabaron juntos como veinte tangos… Después de esa, cachó la guitarra eléctrica a ver si salía del anonimato electrocutando al tango en Estados Unidos… Pero lo peor de todo, lo que completó la cosa, vino después, bajo la Dictadura… Piazzolla les hizo la música para el Mundial de fútbol del 78 a los milicos criminales que torturaban, violaban y tiraban vivos al Río de la Plata a cualquier chiquilín que se les cruzaba… ¡Mientras su hija vivía exiliada en México, papacito Piazzolla cenaba con Jorge Rafael Videla, igual que Ernesto Sábato y tantos otros co —¿Don Ernesto Sábato? —preguntó Elsa, incrédula.
—Ernestito, sí —respondió Pedro—, el que visitaba a Videla y que decía que la bestia esa era un «presidente» culto, modesto e inteligente.
Ricardo contó:
—En el 78, varias estrellas del fútbol mundial europeo no vinieron a jugar en repudio por las «desapariciones»; y los holandeses, que salieron segundos, se negaron a saludar a los dictadores cuando llegó la repartija de premios.
—¡Qué horror! —exclamó Elsa.
—Para que no faltara nada en la mesa, el Mundial estuvo arreglado —dijo Pedro—. Estados Unidos arregló la cosa para legitimar un poquito más a sus dictadores en América…
—Argentina estaba por quedar fuera del Mundial —agregó Ricardo—, porque había perdido con Brasil y empatado con Italia… ¿Y qué pasó?… Contale vos, Carlitos… Contale vos la porquería qué pasó con los peruanos… ¿Te acordaś, pibe?
—Lo que pasó es la porquería de siempre en los Mundiales —expliqué—. Los peruanos se dejaron… golear por 6 a 0… ¡Les hicimos la media docena en un Mundial!… Era la única salida para que Argentina se clasificara para la Final. Con la «goleada» esa, el Brasil quedó tercero automáticamente y nosotros o primeros o segundos.
—¡Qué horror! —repitió Elsa.
—Francia participó del Mundial, sabiendo que acá desaparecían franceses y francesas —quise explicar—. Había una modelo publicitaria lindísima, argentina francesa, de la cual yo estaba algo así como enamorado a la distancia…
—¿En serio? —interrogó Elsa—. ¿Vos enamorado?
—Ana María Erize —recordé—. Hasta había salido en la tapa de la revista «Gente»… Y vos sabés, Elsa, que en la revista «Gente» nunca salieron chicas feuchas… La Dictadura la «desapareció» creo que en el 76, porque sí, porque era hermosa, porque trabajaba por los Derechos Humanos, tal vez porque el milico Jorge Olivera quería violarla antes de tirarla viva al Río de la Plata… Ana María tenía veintidós o veintitrés años… Y Piazzolla les hacía la música del Mundial a esos degenerados hijos de puta…
—¡Qué horror! —repitió Elsa por tercera vez.



Decidí cambiar el lado del disco:
—Me pregunto si ese aparente desinterés de Piazzolla por el tango folclórico fue producto de que no vivió desde pibe en Buenos Aires, ni siquiera en Argentina… No sé… Digo.
Ricardo respondió:
—Decís bien, Carlitos. Cuando uno no mamó el tango desde la cuna, difícil que lo lleve en el tucutucu ni de purrete ni de adulto. Si el señor Piazzolla hubiera vivido de purrete no digo en Buenos Aires, sino en su Mar del Plata natal, de otra forma hubiera cantado la milonga… Porque en la Mar del Plata de los años 20, 30 y 40 había cualquier cantidad de buen tango… En verano, de temporada, iban a «La Feliz» las mejores orquestas de Buenos Aires: la de Julio De Caro, por dar un ejemplo, quien, entre comillas, nació en este mismo ilustre barrio de Balvanera.
—También Miguel Caló nació en nuestro ilustre barrio de Balvanera —apuntó Rita.
—Razzano vivió su infancia acasito —agregó Pedro—. Claro que en los tiempos bravos de cuando Balvanera era arrabal y no barrio urbanizado de Buenos Aires.
—También Juancito D’Arienzo nació en nuestra ilustre geografía —observó Ricardo—. Y, ni falta hace decirlo, El Mudo, Carlos Gardel, vivió desde su más tierna niñez en Balvanera, una vez llegado de Francia en brazos de su madre, doña Berta… Mucha gente —Elsa nació y vive en Balvanera —comenté.
—¡Pero qué bien! —exclamó Rita—. ¡Así que vos también sos vecina, Elsa!… ¡Qué bien!
Tras una pausa grupal, Bozorola, que no largaba el güeso, siguió despotricando contra la víctima de la noche:
—Piazzolla es una especie de don Osvaldo Pugliese pasado por Holywood y por el Bronx.
Ricardo lanzó una risotada y nos explicó a Elsa y a mí:
—Pugliese tuvo una etapa «revolucionaria», al igual que Julio de Caro. Él mismo era un zurdo revolucionario, un comunista de cachiporra en mano. Osvaldo llevó al tango más allá de lo folclórico, para bien o para mal. La diferencia, la gran diferencia, la fundamental diferencia es que don Osvaldo Pugliese nunca mezcló nuestro tango con ritmos comerciales y foráneos, como hizo el otro. Fue revolucionario pero no un vendido al sistema. El otro usó la música revolucionaria de Osvaldo para hacer mercado gringo… Me acuerdo de una reflexión que creo viene al caso: «Mahler no es Bruckner y Solti no es Karajan»… Agrego yo: «Piazzolla no es Pugliese».
—Disculpen… —musitó Elsa—. ¿Cómo iba a saber yo?…
—¡No te preocupés, Elsa, querida! —intervino Rita con su característica dulzura—. Ahora sabés por qué a ese señor no lo admiran muchos de los viejos tangueros. A mí, en lo personal, no me gusta la música del último Pugliese… Lo confieso con humildad de ama de casa… En realidad, no es que no me guste; sino que no la entiendo. El último Osvaldo es demasiado culto para mi gusto barriero… Como sea, a Osvaldo todos lo respetamos porque nunca perdió el espíritu tanguero y porque no se vendió a la Dictadura ni a los gringos…
—A Piazzolla le duró poco tiempo el metejón con el tango y nunca salió de la medianía —castigó Pedro con toda la fuerza de su rebenque—. Ni con Fiorentino le dieron bola. Y cuando las cosas se pusieron feas de verdad, con el fracaso artístico personal y la invasión de empresas discográficas anglosajonas —que venían a caballo del rock y de la droga con miles de millones en los bolsillos para gastar en publicidad—, el tipo hizo las burras, metió violín en bolsa y se las piantó para siempre del tango tradicional. Se dedicó al «jazz-tango» y otras destrezas gauchas por el estilo. Le faltó hacer la intentona de la «salsa-tango», si es que no…
Ricardo dio su zarpada:
—Tiempos duros para el tango. Aparte la invasión rockanrolera, vivimos desde fines de los 50 en una dictadura antiperonista y antiizquierdista que no dudaba en hacer desaparecer a cualquier opositor, artista o no artista, ya fuera de 14 o de 94 años. Discépolo era peronista, como casi todos los tangueros; Pugliese, comunista, al igual que Fulvio Salamanca… Pero, dejando aparte la cuestión política, hay algo más detrás del finado. Quien no nació y vivió su infancia en Buenos Aires, raro que ame esta ciudad y que la respete como se respeta a una madre… ¿Qué tiene que ver Buenos Aires con el rock y el jazz? ¿Alguno de ustedes me puede decir qué caracho tiene que ver la música yanqui con Buenos Aires? El jazz y el blues es cosa de otro barrio… ¡Ojo! A nosotros nos gusta mucho el jazz antiguo, el de —…Y los blues de Bessie Smith y Ma Rainey —agregó Pedro—. ¡Claro que nos gusta el blues y el jazz!…
—Blues y jazz eran los de antes, chicos, cuando nosotros éramos pibes como ustedes —comentó Ricardo, encendiéndole un cigarrillo al amigo—. La cosa degeneró también en aquellos barrios del Norte… Ya no es lo mismo. Ahora cualquier cretino saca un LP vendiendo como jazz y blues unas cuantas improvisaciones falopeadas.
Pedro siguió conferenciando:
—Los negros inventaron el tango, también —aparte del jazz y el blues—. Mucha gente lo ignora y otra gente finge no saberlo… Las palabras «tango» y «milonga» son de origen africano… Algunos hijos de puta llamaban al tango «cosa de negros y de gauchos». Basurear el tango fue deporte de los oligarcas argentinos y de sus asalariados intelectuales durante mucho tiempo… Para que los argentinos no tuvieran identidad cultural, ¿vio?… Leopoldo Lugones, el turiferario número uno de la oligarquía nacional de su tiempo, mentía que el tango era «vil reptil de lupanar» en las páginas de «La Nación», cuando la verdad era que el tango se bailaba desde hacía mucho en las honestas casas de familia… A sus hijos los educaban, como siguen haciendo, primero en inglés y después en castellano… ¡Gauchitos lindos les iban a salir, de chiripá y nazarenas!… Ya pueden imaginarse, chicos, qué clase de gentes tuvieron las riendas culturales de nuestro país…
—…Tuvieron y tienen —corrigió Ricardo—. Porque desde que los gorilas vendepatrias bombardearon Plaza de Mayo para tirarlo a Juan Domingo, al tango lo siguen basureando… Perseguirlo era perseguir al peronismo: Hugo del Carril, Tita Merello y el mismo Discépolo eran afiliados…
—Suficiente por hoy, muchachos —dijo Rita.
—Se nos fue la mano con tanta discurseada —dijo Pedro a su amigo Ricardo.
Amainaba el temporal; pero faltaban algunos refocilos:
—Se vendió al sistema —dijo Pedro, volviendo a toser feo y apagando con asco el faso a medio fumar. Jineteaba el vicio, por lo visto—. El error imperdonable de Piazzolla fue el no renunciar al pasaporte argentino en cuanto se decidió a convertirse en el enemigo número uno del tango folclórico.
9 de julio.
Ricardo sacó a bailar a Rita. Pedro cabeceó a una vecina, la cual aceptó la invitación con mucho agrado. Yo salí a la pista con Elsa.



FIN DEL CAPÍTULO 17 DE «TANGO A CIEGAS» © 2009 CLAUDIO MADAIRES. Todos los derechos reservados.

PIAZZOLLA Y BERLUSCONI BAILAN «TANGO A CIEGAS» (1)


“Originario de la orilla de Buenos Aires, con perfecta localización geográfica, empírico, vigente y anónimo, transmitido oralmente y funcional, tiene todas las condiciones requeridas por las mayores exigencias del hecho folclórico… Su nacimiento porteño se sitúa en los “barrios bravos” de Buenos Aires del 900…”

Víctor Jaimes Freyre, Mi buen amigo el Folclore (1963)



PIAZZOLLA Y BERLUSCONI BAILAN «TANGO A CIEGAS» (1)

por Claudio Madaires – claudio.madaires@gmail.com



Mi novela «Tango a ciegas», editada en primera edición electrónica por mi cuenta en septiembre del año 2009, relata en su capítulo 17 lo que he oído de viejos milongueros porteños acerca de Ástor Piazzolla. Por ser novela, es decir, ficción legal, nadie podrá acusarme por ideas y expresiones de personajes imaginarios.

Random House Mondadori fuen la primera editorial en rechazarla (sin leerla) con un correo electrónico que aquí reproduzco con vergüenza ajena, el cual ni siquiera tiene firma y que podría haber sido escrito por un cadete de la empresa:

«RANDOM HOUSE MONDADORI
Humberto Primo 555
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
(C1103ACK) – Argentina
Tel: (54 11) 5235-4400

Estimado CLAUDIO MADAIRES:

El Comité Editorial ha evaluado tu proyecto – obra “Tango a ciegas” y más allá de su valor literario ha decidido no publicarlo. Nuestras puertas quedan abiertas para futuros proyectos. Gracias por confiar tu obra a nuestros editores.

Cordialmente, RANDOM HOUSE MONDADORI»



Tras leer este telegrama, sentí una ira tal vez como la que pudo haber sentido Massimo Tartaglia en sus noches previas al cruento atentado.

Este rechazo sin lectura previa de una novela sobre tango escrita por un argentino-español desde la seccional «argentina» —ubicada «teóricamente» en la mismísima Capital del Tango, Buenos Aires— por parte de una multinacional anglosajona e italiana que solicita manuscritos en Internet, es espeluznante por las implicaciones que conlleva en relación al trato que RHM da a los escritores actuales en lengua castellana, tanto argentinos como españoles.

En realidad, nunca esperé que RHM recharaza proyectos y a perpetuidad sin lectura previa; es decir, sin evaluación alguna de sus posibilidades literarias y «lucrativas»; aunque, antes de enviar a RHM el manuscrito de «Tango a ciegas», sabía varias cosas sobre «Mondadori» que ponían los pelos de punta.

Una de ellas, que hubo delito de por medio en su adquisición por parte de Berlusconi y su grupo de tareas. Como es de público conocimiento, el Tribunal de Milán impuso a «Fininvest», propiedad de Berlusconi, una fuerte multa de 750 millones de euros por haber sobornado a un magistrado judicial en relación a la sesión de la otrora prestigiosa «Mondadori».

Otras de las cosillas que sabía era que Berlusconi estaba sindicado de pertenecer a la «Cosa Nostra» desde hacía rato. Hasta su sirviente literato portugués durante muchos años, José Saramago, quien —pese a autodefinirse como «comunista»— trabajó muchos años para Berlusconi publicando libros en «Einaudi», definió públicamente al italiano como «cosa» [nostra] (*) tras el escándalo de las fotos que muestran al anciano italiano rodeado por jovencitas casi adolescentes en una de sus propiedades.



Como si fuera poco, también sabía que RHM publica mayoritariamente bestsellers en lengua inglesa angloamericana. Basta entrar al sitio WEB de «Mondadori» en Italia para verificarlo.

Entonces, ¿por qué quien escribe envió el manuscrito de «Tango a ciegas» a RHM, sabiendo lo que sabía sobre Berlusconi? ¿Esperaba un milagro, tal vez?

Tal vez, subconscientemente, envié «Tango a ciegas» a Berlusconi para poder escribir este artículo de blog.

En la próxima entrada envío el capítulo 17 de «Tango a ciegas», la cual consta de 102 capítulos.



Multimedia y textos © Claudio Madaires.

Seguidores